Reflexiones

El odio es un virus mortal en el corazón

La joven Eugenia jugaba sin parar con sus amigas, pese a que tenían entre 15 y 17 años se divertían como pequeñas de 5 o 6, correteaban y jugaban a las escondidas, retozaban de alegría.

Ese día sucedió un accidente fatal con su madre, la persona que iba conduciendo el vehículo era el papá de Carla otra de las menores que se notaban muy contentas en el juego. Me acerqué muy sigilosamente a mi hija y con mucho cuidado le manifesté la lamentable noticia; pese a mis advertencias se puso a llorar con gran dolor. Resultó muy evidente y pararon el juego.

– ¡Qué pasó! -, dijo Carla, entonces mi hija Marcela con sus labios temblorosos esbozó la tragedia. Eugenia se desmoronó.

Recuperado el aliento, se enteró con más calma de todo lo sucedido y notamos una actitud muy hostil hacia Carla, al saber que su padre de manera accidental cegó la vida de su madre.

Desde ese momento no tuvo más que odio en su corazón sin cesar para con Carla y su padre, aún sabiendo que todo fue producto de un desventurado incidente. Pasaron cinco años y en todo ese tiempo no quiso volver hablar con esa chica.

Marcela empezó a asistir a una Iglesia, aún sabiendo que en un principio yo me opuse, pero más adelante y sabiendo que su aprendizaje no era en vano, asentí y la apoyé aún guardando las distancias. A cada momento me invitaba a acudir, pero reiteradas ocasiones me negaba.

Supe que había invitado a Eugenia y que igualmente en un principio la rechazó, pero en poco tiempo decidió asistir y ahora he notado un cambio en su vida, pues desde el accidente la hemos visto en contadas ocasiones. Se refugió en algunos amigos que no eran precisamente de fiar, incluso incursionó en el mundo del alcohol y las drogas, casi estuvo a punto de morir, fue cuando la rescatamos y tratamos de recuperarla. Tras la muerte de su madre, que era lo único que tenía, pasó a vivir donde una tía que no era precisamente de gran cariño hacia ella. Sin embargo al menos tenía un techo.

Eugenia ahora viene a la casa más seguido y junto a Marcela me hablan de la Palabra de Dios, yo soy creyente pero a mi manera, mi esposo viaja mucho y no tenemos el tiempo necesario para estas cosas. Fue cuando la propia Marcela me fustigó diciéndome: ‘Su vida no está comprada, hoy o mañana puede morirse igual que mi madre en cualquier momento, el tiempo sigue su marcha y es muy corto para desperdiciarlo en cosas del mundo, yo perdí algunos años de mi vida ¿qué espera para no perder el tiempo?’.

El odio es un virus mortal en el corazón

Súbitamente me incorporé y caminé por toda la sala, no supe qué decir, pero de pronto pregunté: ¿Qué hay de Carla? ella contestó: ‘Ya la perdoné y su padre también, pese a que no tuve ningún motivo para odiarlos, porque todo fue un accidente, espero que ella también me perdone’. Esas palabras calaron hondo en mi corazón, porque en algún momento también llegué a odiar y creo que todavía no me he sacado esa espina y le dije: ¿De dónde sacan todo eso, por qué ese cambio, por qué perdonar?

Eugenia como con una espada manifestó: ‘El odio es un virus mortal en el corazón que no te deja vivir, que te destruye, que te aleja de lo que amas, que se manifiesta en lo más hondo de tu ser y no te deja avanzar a ninguna parte. El perdón por el contrario es un alivio para el alma, es un aliciente en medio del dolor, es un peso que se quita de encima, es alegría en nuestra vida’.

Le respondí que de dónde saca esas palabras tan sabias siendo una mujer tan joven. Fue entonces que Marcela me insistió: ‘de Jesús mamá, de Jesús‘.

Yo había escuchado de Jesús, pero muy poco, es que en las iglesias tradicionales o en las religiones tradicionales te enseñan pocas cosas o te enseñan temas muy apartados de la verdadera Palabra de Dios, que hoy por hoy la conozco muy bien, gracias a mis hijas; digo mis hijas porque finalmente le pedimos a Eugenia que se venga a vivir con nosotros. Mi esposo ya no viaja tanto, su actividad la cambió y él también comprendió el significado de Jesús. Parece un cuento de hadas, donde todos terminamos felices, pero es la verdad, con Jesús en nuestro corazón somos felices, a pesar de las circunstancias.

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