«La huella más importante del hombre no está en la luna»
Neil Armstrong, el hombre que pasó a la historia con su famosa frase «este es un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad», luego que pisara suelo lunar, reconoció en vida que esta no era la huella más importante del ser humano.
El astronauta que murió el 25 de agosto de 2012 tras complicaciones en una operación cardíaca fue el primer hombre que pisó la luna, aunque existen teorías que afirman que jamás la nave llegó al satélite y todo fue un montaje.
Lo verdad es que Armstrong fue cristiano por encima de los honores que recibió tras esta hazaña y eso es mucho más importante que un descubrimiento científico.
Al celebrarse 50 años de la denominada «llegada del hombre a la luna» se van tejiendo una serie de preguntas sobre cómo este acontecimiento puede cambiar el rumbo de la humanidad.
Tras este período surge interrogantes como: ¿Realmente ha sido un gran «salto» para la humanidad el alunizaje?
Quizá en el campo científico, especialmente, en lo que respecta al estudio del universo, pudo haber sido uno de los primeros pasos indispensables para avanzar en este tema; pero, de qué sirve haber gastado millones de dólares para llegar a la luna para simplemente saber su composición y ciertos análisis que no arrojan ningún resultado contundente.
¿Qué objetivo tiene todo el dinero gastado para buscar indicios de agua en Marte, si en la Tierra, miles de seres humanos se mueren de sed y de hambre cada día?
Se gastan fortunas en explorar el universo para supuestamente encontrar de dónde venimos, cuáles son los orígenes del ser humano, a donde vamos y de qué estamos hechos, cuando las respuestas a todas estas interrogantes las encontramos simplemente en Jesús.
En la Biblia encontramos todo lo que necesitamos para vivir, y vivir en abundancia todas las personas que buscamos de Dios, sin embargo hemos fallado totalmente al alejarnos de nuestro verdadero Creador para dar rienda suelta a nuestra soberbia, poner en tela de duda la existencia de un Ser Supremo y darnos de sabios al «descubrir» lo que ya existe gracias a Dios.
Neil Armstrong mencionó algo que impactaría profundamente en su visita a Jerusalén. En 1988, le pidió a Thomas Friedman, un profesor experto en arqueología bíblica que le hizo de guía por la ciudad, que le llevase a un lugar donde pudiese tener la certeza de que había caminado Jesucristo.
El profesor, una de cuyas alumnas, Ora Shlesinger, ha relatado la historia más de una vez, llevó a Armstrong a los restos de escaleras del templo construido por Herodes el Grande que aún se conservan. «Estos peldaños constituían la principal entrada al templo», le dijo: «No hay duda de que Jesús subió por ellos».
Armstrong se concentró entonces profundamente y estuvo orando durante un rato. Al terminar, se volvió a Friedman, y, emocionado, le dijo: «Para mí significa más haber pisado estas escaleras que haber pisado la Luna».
Las huellas que dejamos en la Tierra o «en la luna» son importantes siempre y cuando sirvan para beneficiar a la humanidad verdaderamente, para aportar con nuestro servicio a los demás o dejar un legado que sea útil para las futuras generaciones.
Pero lo más importante de todo es la huella que Jesús deja en nosotros para ser hombres y mujeres de bien, para servir a los demás, para mostrar el camino a otros y más aún para salvar nuestra alma.
La eternidad que nos espera con Dios es lo único cierto y por ella hay que trabajar, esa es la labor principal del ser humano, ocuparse de nuestra salvación y la de los demás, es lo que importa y en eso debemos invertir los recursos, no en cosas vanas.